quinta-feira, 7 de julho de 2011

Santa Trinidad

Recuerdo cuando era niño. Mi madre esperó con devoción el momento de que comenzara la catequesis. Es que ella siempre fue muy religiosa. Institucionalmente católica apostólica romana.
Era el comienzo de mi camino hacia la "madurez" espiritual. El niño iba mutando para ser un prepúber en carrera de recibir el "cuerpo de Cristo". "Es justo y necesario", se oraba en la iglesia. Era un niño convencido de Dios, de la Vírgen, de Jesús y de los Santos. Realmente creía y lo sentía en mí.La presencia de tanta deidad se sintetizaba en un curso de dos años. Eso era lo que duraba la catequesis, por lo menos en aquel entonces.

Cármen era el nombre de mi catequista, ella quería que yo siguiera sus pasos también. Hasta me postularon para ser monaguillo. Pero no sé porqué no quise. En algún momento creí que tenía una misión divina en este mundo, diferente a la del resto de los mortales. Que pendejo más pretencioso que era...
Por algún estúpido motivo hasta pensé que podría ser cura, pero mi razón, (oh regalo divino del creador), comenzaba a indicarme de que la Iglesia y toda su parafernalia, son de las cosas más mundanas que hay. Que de santa la Iglesia nada tiene más que su auto denominado nombre.

De hecho, llegué a tomar la comunión. Pero toda esa ansiedad de recibir la Eucaristía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, había menguado. En ése entonces la ostia me supo a harina sin sal con forma circular. Nada más.

Toda la rebeldía de la adolescencia, de renegar luego contra toda creencia religiosa pasó. Luego de la tempestad, luego del mar picado de los "dieci", llegan los últimos años de mis "veinti", ahora entiendo y re-interpreto la tanta religiosidad de mis primeros años.

En el nombre de La Melodía, La Poesía, y La Armonía
Dios no ha muerto.
Dios es el Ritmo.
Ahora creo más que nunca en Él.
Amén.